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El gran reto de traineras entre donostiarras y ondarrutarras en 1890

Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco

El deporte de las traineras hunde sus raíces en la competencia de las lanchas que faenaban en la pesca por llegar cuanto antes a puerto para obtener el mejor precio en la subasta de sus capturas. De estas luchas espontáneas surgieron los retos entre las distintas cuadrillas de pesca y, también, entre los diferentes puertos por demostrar su pericia en el arte del remo. A lo largo de todo el litoral cantábrico estos desafíos vienen desarrollándose hasta la actualidad desde tiempos inmemoriales, a pesar de los cambios surgidos en las embarcaciones pesqueras.

En este artículo vamos a tratar el desafío de traineras que tuvo lugar en 1890 entre donostiarras y ondarrutarras. Este lance, además de reflejar la naturaleza de este tipo de pruebas, pone de manifiesto la repercusión que tenían estas contiendas en una sociedad inmersa en profundas transformaciones. En efecto, una de las vertientes más significativas de este reto de traineras fueron sus implicaciones sociales y económicas. No hay que pasar por alto que la acción de retar a jugar las regatas por parte de los donostiarras a los ondarrutarras conllevaba, como todos los desafíos, la condición indispensable de la apuesta de una cantidad de dinero concertada entre los mismos contrincantes. Asimismo, este aspecto de las apuestas no se ceñía solamente a los competidores, sino que se expandía a toda la sociedad por medio de las traviesas, es decir, las apuestas cruzadas por aquellos que no participaban en la regata. Las traineras gozaban por aquella época con un gran número de aficionados, por lo que no es de extrañar el amplio seguimiento popular con el que contó esta regata y, menos aún, las ingentes cantidades que se cruzaron entre una infinidad de apostantes.

Por último, las dimensiones de este reto rebasaron el aspecto lúdico del deporte y de las apuestas para servir de palestra a los postulados de un emergente nacionalismo. En efecto, para los rotativos bilbaínos y donostiarras esta regata no era solamente un desafío entre tripulaciones pesqueras, entre hermanos a la hora de buscarse el sustento en la mar, sino que reforzaban este identidad al indicar su pertenencia a provincias vecinas que formaban parte de Euskal Herria.

Los prolegómenos de la regata

Fue a finales del siglo XIX cuando empezaron a promoverse las regatas de traineras dentro de un ámbito mayor que las confrontaciones entre embarcaciones de un mismo puerto o de localidades cercanas. Efectivamente, fue en el año de 1879 cuando tanto el Ayuntamiento de San Sebastián como el de Bilbao organizaron por primera vez sendos torneos de regatas como una actividad más de los festejos proyectados con objeto de distintas celebraciones. Esta costumbre se mantuvo durante los años siguientes y en las regatas organizadas en 1890 por los ayuntamientos de Bilbao de San Sebastián resultaron vencedores, respectivamente, las tripulaciones de Ondarroa y la de los pescadores veteranos de San Sebastián.

El Club Náutico de Bilbao, como organizador de las regatas en las que salieron victoriosos los remeros ondarrutarras, les hizo entrega a estos de un estandarte en el que se mostraba el lema Invencibles del Cantábrico. Este título no fue del agrado de los pescadores de San Sebastián. Éstos ya habían recibido duras críticas por no haber querido tomar parte en las regatas que organizó ese año el ayuntamiento donostiarra durante las fiestas patronales y que ganaron sus compañeros más veteranos. Los pescadores alegaban, en primer lugar, que si rechazaron la invitación del consistorio para participar en la referida regata era porque no podían dejar sus actividades pesqueras para embarcarse en contiendas que poco o escaso beneficio les podían acarrear. Así mismo, estos pescadores no reconocían a los ondarrutarras como Invencibles del Cantábrico, mientras no les ganasen en una lucha en igualdad de condiciones. Además, recordaban que ellos habían ganado las regatas celebradas en aguas de la Concha ese mismo año y que, también, resultaron vencedores en las regatas que se jugaron en 1888 en Pasajes.

Al hilo de estas quejas, miembros de la hostelería y del comercio de San Sebastián, constituyeron una sociedad en calidad de accionistas para proponer y gestionar un reto por parte de los pescadores de San Sebastián a los pescadores de Ondarroa. Esta sociedad se jugaría la cantidad apostada en las regatas, al mismo tiempo que solicitaron al patrón Luis Carril que se encargase de organizar una tripulación que se enfrentase a los ondarrutarras. Por último, se nombró en el seno de esta sociedad una comisión que se encargase de todas las negociaciones.

Los donostiarras enviaron una carta de desafío a los de Ondarroa, dirigida al presidente de la Cofradía de Mareantes de este puerto. En esta misiva, la comisión, además de reconocerse como representante de los remeros de San Sebastián, hacía toda una declaración del concepto que por aquel entonces se tenía de las regatas. Así es, los retadores se consideraban:

“amantes del grandioso espectáculo que ofrecen las regatas en este litoral Cantábrico dignas de admiración por más de un concepto, puesto que en ellas se trasluce la bravura de los hijos del noble solar vascongado.”

Luis Carril

Luis Carril.

Acto seguido, la comisión donostiarra solicitaba al presidente de la Cofradía de Mareantes que se pusiese en comunicación con los pescadores de Ondarroa para concertar un regateo en los términos que se indicaban en la carta. En ellos, además de especificarse el recorrido de la prueba, la naturaleza y dimensiones de las embarcaciones, también se fijaba la cantidad de 25.000 pesetas como apuesta.

Los ondarrutarras, a través del presidente de la Cofradía de Mareantes aceptaron el reto y en su misiva también aportaban su visión sobre los retos de traineras:

“...lides de la naturaleza de que se trata de concertar, enaltecen y engrandecen tanto a vencidos como a vencedores; porque se trata de fomentar y desarrollar la pericia, destreza y desarrollo de los bravos y esforzados bogadores.”

La negociación entre las comisiones de los pescadores de San Sebastián y Ondarroa fue difícil. Costó ponerse de acuerdo en el recorrido de la prueba, en el día de la celebración, en el rumbo que seguirían las embarcaciones e, incluso, en las medidas de las lanchas que se utilizarían. Los donostiarras arremetían contra las exigencias de los ondarrutarras, se hablaba de la gramática parda del regateo. Decían que los invencibles no encontraban hora de acabar en sus exigencias, porque todo les parecía poco para rehuir la lucha.

La reacción de los ondarrutarras no se hizo esperar, querían dejar bien patente que ellos eran los retados y que no pretendían ventaja alguna. Ante la ruptura de las negociones por parte de los donostiarras, los ondarrutarras terminaron por aceptar las condiciones que éstos les ofrecían, a pesar de que consideraban que ni eran las usuales en este tipo de pruebas, ni las que se convino en un principio. Por lo tanto, la regata tendría lugar el domingo 23 de noviembre y con traineras usadas para la pesca. Además las lanchas estarían tripulas por catorce hombres, el recorrido sería de 10 millas, desde el abra de Lequeitio a 500 metros de tierra, en dirección al monte de San Antón de Guetaria y, por último, se establecerían dos balizas de salida y otras dos de llegada.

Las traviesas

Al mismo tiempo que se realizaban las gestiones entre la comisiones de los remeros de San Sebastián y los de Ondarroa, la expectativa popular fue en aumento. Buena prueba de ello fueron las traviesas que se cruzaron a favor de uno u de otro contendiente. Ya se ha indicado que la cantidad apostada oficialmente entre ambos bandos era de 25.000 pesetas, pero las cantidades atravesadas entre particulares excedieron con creces esta cifra.

En San Sebastián poco importaba si parecía que las negociaciones para realizar la regata estuviesen paralizadas y a punto de romperse. Desde la prensa se indicaba que había un gran número de personas dispuestas a apostar importantes sumas a favor de los remeros de esta ciudad. A comienzos de octubre ya comenzaron a concertarse algunas traviesas. Pasaban los días y los ánimos se iban caldeando. No faltaron ni altercados ni broncas que se saldaron con más de un batacazo, a lo que la prensa respondía con una llamada a la cordialidad entre hijos de provincias vecinas y hermanos de faenas.

Conforme se iba acercando la prueba, el afán por cruzar traviesas era cada vez mayor y desde San Sebastián se calculaba que se llegarían a concertar hasta 70.000 duros en apuestas. La mayoría de las traviesas estaban a favor de los ondarrutarras. El Club Náutico de Bilbao envió a San Sebastián un delegado con 20.000 duros para jugarlos por los vizcaínos y en Tolosa eran muy importantes las cantidades apostadas también a favor de ellos. Hubo pescadores de San Sebastián que, a falta de otros bienes, se llegaron a jugar hasta los colchones e, incluso la camiseta, a favor de sus paisanos. Ante la proximidad de la regata, las traviesas se iban igualando en torno a los dos contrincantes. Se calculaba que pasarían de las 250.000 pesetas la cantidad que se había llegado a apostar a cuenta de la regata.

La prueba

Recibimiento a Carril en el puerto donostiarra tras la competición con Ondárroa, según dibujo de Sorolla

Recibimiento a Carril en el puerto donostiarra tras la competición con Ondárroa, según dibujo de Sorolla

Una vez que los pescadores de Ondarroa aceptaron las condiciones de la comisión de San Sebastián, se dio inicio a los preparativos de la regata. Al mismo tiempo, los comisionados donostiarras propusieron a los ondarrutarras celebrar una reunión de Zarauz para ultimar detalles. En este encuentro se ratificaron los acuerdos anteriores, con la salvedad de que la regata se desarrollaría el domingo 30 de noviembre.

Los ensayos realizados por ambos grupos de remeros eran seguidos con auténtico entusiasmo, como prólogo de lo que sería la prueba. No faltaron rumores que hablaban de un conato de compra de los remeros de San Sebastián, a los que su patrón Luis Carril salió al paso desmintiéndolos rotundamente. Al mismo tiempo, tanto en San Sebastián como en Bilbao se organizaban distintos medios de transporte (vapores, trenes, diligencias) para que los interesados se acercaran a ver la regata. Los jueces de la prueba serían destacas autoridades de la marina tanto de Guipúzcoa como de Vizcaya.

Llegó el día de la regata, domingo 30 de noviembre. Desde San Sebastián partieron cinco vapores y un sin fin de otro tipo de embarcaciones repletas para ver la contienda y desde la capital vizcaína también llegó un vapor fletado por el Club Náutico de Bilbao. Así mismo, asistieron numerosos aficionados provenientes de Navarra, La Rioja, Bayona y San Juan de Luz y los altozanos de la costa rebosaban de espectadores.

La hora fijada para el comienzo de la regata era las 10 de la mañana, pero por efecto del viento reinante se decidió suspenderla y posponerla para el día siguiente, con gran desánimo por parte de los seguidores de este evento. Pero las condiciones de la mar empeoraron el lunes por la mañana, por lo que de nuevo se decidió no realizar la regata y postergarla para el primer día hábil, sin esperar al domingo.

El martes día 2, las condiciones de la mar mejoraron bastante por lo que se decidió jugar la regata. A las doce y cuarto partían las traineras de las balizas de salida. La prueba era seguida por un buen número de espectadores y desde las atalayas destinadas a la observación marítima, los vigías iban dando señales del transcurso de la prueba. Desde el comienzo de la prueba los donostiarras sacaron ventaja y llegaron los primeros a la meta con un minuto y 28 segundos de diferencia.

La explosión de alegría y júbilo que siguió en San Sebastián a la victoria de sus remeros desembocó en una inmensa algarada popular. En parte por los beneficios obtenidos de las apuestas, en parte también por la victoria de sus paisanos, todo fueron agasajos y fiestas en cuanto los vencedores arribaron al puerto. Las felicitaciones para los remeros donostiarras llegaron de todos los sitios. Desde las autoridades civiles, entre ellas el alcalde de la ciudad, pasando por la reina y, también, por parte de muchos guipuzcoanos que mandaban telegramas de lugares como Bilbao, Madrid, Barcelona, Sevilla e, incluso, Londres.

Por su parte, las consecuencias de la derrota fueron nefastas para Ondarroa que quedó sumida en la ruina. Incluso hubo pescadores que perdieron sus lanchas y las artes de la pesca. Desde la prensa de Bilbao se incitaba a que no se realizasen más pruebas como ésta, manifestando que este tipo de luchas eran estériles y resultaban sumamente perjudiciales tanto para sus participantes como para los pueblos que las seguían. No se dudaba de la buena fe de los que organizaban este tipo de regatas, pero se les acusaba de no sopesar las consecuencias que acarreaban para la noble y honrada tierra Euskara. Ya tenían suficiente los pescadores con luchar contra el mar, como para enzarzarse en luchas fratricidas. La prensa donostiarra no dudó en recoger el testigo de esta denuncia, tal vez, en un alarde de mea culpa ante un espectáculo que ellos mismos alentaron y que concitó el interés de un cada vez mayor número de aficionados.

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